LA SHAKESPEARE DE LA ÓPERA

"¿Una niña? Pero si ya tengo una. ¡Llévesela!" Cuando aquella mañana del 2 de diciembre de 1923 a Evangelia Dimitriadis, una mujer triste y amargada, le dijeron que se trataba de una niña, sufrió una gran decepción, ni siquiera quiso verla pues ella quería que fuera un varón que pudiera reemplazar al hijo de tres años que había perdido en aquel mismo hospital de la Quinta Avenida de Manhattan apenas unos meses atrás. Así, la relación entre Cecilia Sophia Anna María Kalogeropoúlos y su madre, hasta el final de sus días, fue siempre fría y conflictiva. María, años más tarde, diría: "Yo no tuve infancia, mi madre no me comprendía y mi padre estaba casi siempre ausente y no me podía ayudar".

"Efectivamente yo poseía una gran voz, y mi madre me empujó a hacer una carrera musical...".

A fines de 1929, Georges, su padre, decidió abrir un negocio de farmacia cerca a la Octava Avenida en Manhattan y tras obtener la nacionalidad estadounidense, cambió el apellido Kalogeropóulos, por el de Callas. Ya para ese entonces su madre, siempre distante y siempre comparándola con su atractiva hermana, descubrió que aquella niña "mofletuda y miope", tenía una maravillosa voz. Así, a los pocos años, María empezó a escuchar en un gramófono las primeras óperas de Bellini o de Puccini. Sin embargo, a pesar que la niña empezó su carrera con poco entusiasmo, se dio cuenta que con su sola voz atraía el cariño y la admiración de la gente. Pronto dejó de preocuparse por su aspecto físico -María odiaba mirarse al espejo-, y se concentró en lo único que Jackie, su hermana mayor, jamás podría vencerla: en el canto.

"Por primera vez había una voz que no sólo expresaba belleza y amor, sino también, ferocidad y odio...".

Eran los primeros días de 1937 cuando Evangelia Callas, ya separada del marido, decidió regresar a Grecia con sus hijas a pesar que Georges, sin éxito, intentó que María se quedara con él. Llegar a Grecia fue, para la señora Callas, una desilusión y para María, no era el país de las "descripciones idílicas...", aquellas que tanto había escuchado de boca de su madre. Para ella, Grecia le parecía un país "pobre y atrasado". Pronto la madre, que jamás se había interesado en ella, al ver que su hija sería una estrella de la ópera tuvo que hacerlo y es que la voz y el estilo de María Callas era único. A los veintitrés conoció en Verona a Battista Menghini, un pudiente empresario veintiocho años mayor, que se enamoró locamente de ella que "lo eligió como a un padre". La pareja se casó en 1949. Dos años más tarde, María Callas, hacía su debut en la Scala de Milán con la ópera Aída que Renata Tebaldi no podía realizar. Pero la acogida del público no fue la esperada y María tuvo que esperar un año más para ser aclamada lo que le valió ganarse el apelativo de La Divina. Sin embargo, después de unos años, fueron las críticas sobre su peso las que empezaron a afectarla. María Callas era una mujer muy corpulenta y fue así que decidió bajar de peso: "No me sentía a gusto. Cada vez tenía la voz más pesada...". El modelo que se impuso no fue otro que el de la fina figura de Audrey Hepburn. Tiempo después y con su delgadez extrema -había bajado más de treinta kilos- pudo representar a Violeta y a Ifigemia, a Elisabetta y a Anna Bolena pero "mi personaje favorito es Norma, porque es un personaje complejo. Es fuerte y frágil a la vez. ¡Simplemente me fascina!" María tenía, ya para ese entonces, ¡el mundo a sus pies!

"Es verano y hace buen tiempo. Vete al río, madre, y disfruta del aire fresco. Y si luego, como dices, sigues necesitando dinero, lo mejor que puedes hacer el largarte al agua y ahogarte".

A los veintinueve años María Callas era ya una cantante famosa, ganando buen dinero. Tres años después era legendaria. Era, para los amantes de la ópera, simplemente La Divina. Era polémica y temperamental. Algunos la llamaban la tigresa, y otros, el monstruo sagrado. Decidía qué papeles hacer y cuáles no: "Nunca me he dejado imponer un papel. Yo y sólo yo decido a quién interpretar". A esas alturas María parecía estar siempre envuelta en algún escándalo: "No anden en busca de escándalos, por favor. Ya basta, ¡váyanse!"

Su voz y su magia se iban apagando...

Un año antes, en 1958, a los treinta y cinco, cuando fue la representación de Norma en Roma, "Callas llegó al día de la función sin voz: ¿Qué, no hay soprano?", decía de manera irónica una crónica de la época. A inicios de los sesenta, cuando María retoma su carrera, "su voz había perdido buena parte de su fuerza: No puedo cambiar mi voz. Mi voz no es un ascensor que sube y baja". Su voz, aquella voz poco común, empezaba a mostrar "signos evidentes de decadencia".

"Onassis se convirtió en mi mejor amigo. Era sincero, encantador y espontáneo. También yo me convertí en su mejor amiga".

Fue en una fiesta en Venecia donde conoció al magnate griego que terminó convirtiéndose en el gran amor de su vida. Un año después, en 1959, tras abandonar a Menghini, María empezaría su relación con Ari, como ella así lo llamaba. Tras el escándalo María desapareció de los escenarios. "Era la primera vez que Callas se enamoraba de verdad". Pero Onassis era cruel con la diva pues no le gustaba que María Callas cantara en el yate Christina y además porque no tenía reparos en lanzarle frases como: "Tú te crees la gran cosa porque tienes un pito en la garganta que ya ni funciona bien".

"La vida de María estuvo marcada por la traición. Se sintió traicionada por sus padres y se sintió traicionada por Onassis".

La suya fue una relación tortuosa. Aristóteles Onassis no era lo que ella creía y un día de 1968 sin previo aviso el magnate anunció que se había casado con una mujer que, desde el año 1963, había llamado poderosamente su atención: Jacqueline Kennedy. Tres personajes se enfrentaban. En París, luego de enterarse de la noticia, Callas se mostró serena y dijo a los reporteros que no tardaron en acosarla que se sentía feliz por los recién casados pero en verdad por dentro estaba destrozada: "Ella hablaba con mucho resentimiento y descontento porque lo amaba con frenesí...". Una década más tarde, mientras el matrimonio de Onassis iba camino al fracaso, María había iniciado una gira mundial con Giuseppe Di Stefano, un famoso y egocéntrico tenor italiano que, al igual que María, "tenía un nombre pero su voz ya no era la de antaño", María Callas, a pesar del talento que aún mostraba, sabía que su voz no era ya gran cosa y que tendría que dejar de cantar". A comienzos de 1975, Aristóteles Onassis, ya muy enfermo, le mandó un mensaje a la diva en París: "Te amo María... a veces no he sabido amarte muy bien". María, tras su muerte dijo: "Su viuda soy yo".

"Primero perdí mi voz, luego perdí mi figura, después perdí a Onassis".

Recluida en su apartamento de la avenida Georges Mandel en París, María Callas, "pasó sus últimos días con la televisión encendida, tomando pastillas y agradeciendo a Dios porque "cada día, me queda un día menos". Un ataque fulminante se llevó a La Divina cuando estaba a punto de cumplir los cincuenta y cuatro años. Era un 16 de setiembre de 1977.
La Callas, Marilyn y un manojo de rábanos – América 2.1

Fuentes:
Divas Rebeldes, Cristina Morató • Mujeres que nacieron diferentes, Ana Riera • Youtube: María Callas

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